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El ángel de la guarda granota

BOMBEJA AGUSTINET! — Felip Bens



Foto © levanteud.com



20/06/2020


Hoy Cornellà estará vacío. Del todo. No con la triste entrada habitual de las últimas visitas.


Es el estadio del exilio perico. El Espanyol se marchó de la ciudad estricta en una de esas decisiones que cambian un destino. Intentar crecer siempre conlleva el riesgo de darse un batacazo. Y las sociedades son el fruto de las personas que las gestionan; también, claro, cuando optan por vías arriesgadas y se equivocan. La historia del Llevant UD, leída con detenimiento, está trufada de momentos de esos de exclamar "¡uf, de menuda nos libramos!". A toro pasado todo parece sencillo.


Unos jardines recuerdan donde estuvo Sarrià. También un pasaje dedicado al gran Ricardo Zamora. Y la calle ca'n Ràbia. A un paso del Camp Nou, en realidad. A 25 minutos paseando. És el epicentro histórico de la Barcelona futbolística, en el que el Llevant se estrenó en el año 1926 en la Copa. Fue en el Camp de les Corts, en la plaza homónima, a medio camino entre el Camp Nou i Sarrià, la parte alta de una ciudad donde los metros sobre el nivel del mar delatan poder adquisitivo.


El RCDE Stadium està a ocho quilómetros de todo aquello, muy lejano. Tal vez influyera la resaca de la noche anterior, pero recuerdo interminable el trayecto en autobús entre el centro de Barcelona y el nuevo estadio. Lo de ir desde el Cabanyal hasta las huertas de Sant Llorenç, en Orriols, en los 70 era peccata minuta, en comparación.


Salir de la ciudad estricta es como dejar de estar incardinado en ella. Seguramente porque los estadios de fútbol forman parte del relato urbano de muchas ciudades, de forma insoslayable. El levantinismo bien lo sabe. Se marchó de La Creu, en el 39, que era su lugar en el mundo, en el Grau. Se marchó de Vallejo, con toda su mitología de cúpulas, galgos, palmeras, trenets y de días grandes, con el público llenando las azoteas de los edificios próximos. Y en Orriols vio, durante 50 años, convertirse un mercante a la deriva en medio de la huerta en un moderno estadio envuelto de una tipología de ciudad que encaja a la perfección con el carácter blaugrana.


En la vida de un hincha pesan su estadio y su entorno. Ahí se ubican los escenarios de muchas de sus pasiones, sus alegrías y sus congojas. Por eso, aunque se hablara en algún momento de regresar a los orígenes marítimos del Llevant FC, fue un acierto permanecer en Orriols. En este sentido, en esta Valencia de todos, confieso que me cuesta horrores comprender por qué los vecinos no se alzan en armas ante la posible demolición de Mestalla, por qué no exigen, por el contrario, la del cadáver de hormigón de Corts Valencianes.


El Barça és un símbolo intocable de Barcelona y, con los años, y sobre todo con su marcha de Sarrià, diríase que el Espanyol ha dejado incluso de molestar a los culés. No porque ya no haga sombra. Nunca fue eso. Más bien estorbaba al constatar la heterodoxia catalana; la barcelonesa, sobre todo. Ahora han perdido presencia. Son extrarradio. La ciudad está más franca que nunca para los descendientes de Joan Gamper. Para la mayoría de los pericos, sin embargo, como para los seguidores de tantos equipos, su militancia tiene más que ver con tradiciones familiares (con "l'oncle Gonsales", del que habla Enric González en «Una cuestión de fe», Libros del KO, 2012), con sentirse conectado con ciertos valores, con amistad, casualidad, flechazo, un jugador carismático, etcétera.


"Fe sense obres morta és", sin embargo. Por eso Cornellà se ha convertido en un estadio frío, donde la grada apenas aprieta. Tiene el porcentaje de ocupación más bajo de la Liga, con diferencia. Y en términos absolutos, una media de mil espectadores menos que el Ciutat de València, por ejemplo, lo cual sirve para constatar el crecimiento social del Llevant. Sólo hay seis estadios con más asistencia porcentual. Y en términos absolutos, sólo están por delante, en este orden: Camp Nou, Bernabeu, Metropolitano, Villamarín, San Mamés, Mestalla, Pizjuán y, por los pelos, Anoeta. Cornellà, de normal, recuerda nuestro Nou Estadi semivacío de tantos y tantos años. Una pena.


Futbolísticamente es un campo casi maldito para el Llevant. Desde que se inauguró en 2009 el Llevant sólo ha vencido allí en Copa (2018) y en la Liga 2011/12. El resto, incluídos partidos en Sarrià, ocho derrotas y cinco empates, entre ellos el del debut granota en la élite, en 1963, con aquel espectacular 4-4. Marcaron el Galgo Ernesto Domínguez, Josep Maria Vall (2) y el capitán Vicent Camarasa. El Espanyol había vuelto tras un añito en el infierno, el primero de su historia en Segunda, el mismo curso 62-63 en que los levantinos tocaron el cielo, tras medio siglo aspirando a codearse con los mejores.


El otro episodio de la relación entre el levantinismo y el hogar del Espanyol es, claro, la final de la Copa del 37 que Valencia y Llevant disputaron en Sarrià. Cornellà será hoy a mediodía tan neutral como lo fue Sarrià aquel 18 de julio. Con el espectral eco en las gradas vacías, además, de los consejos y los lamentos de técnicos y jugadores.


El Llevant tiene la posibilidad de sentenciar virtualmente la permanencia. De pequeño no acababa de entender lo de los partidos de seis puntos. Este es uno de ellos. Si gana el Espanyol se pondrá a ocho puntos; si lo hace la escuadra granota, aventajará a un rival directo en 14 puntos. El descenso, que marca el Mallorca, se quedaría a doce. A falta de ocho partidos y con 24 puntos en juego representaría la salvación virtual. La plaza europea, tras la victoria grogueta en Granada, también quedaría, con la hipótesis de una victoria en Cornellà, a nueve puntos, muy lejana. El triunfo hoy, en definitiva, marcaría un punto de inflexión y permitiría, aunque muy tímidamente, soñar con otras cosas, cambiar la mirada.


Cornellà fue un error, para muchos pericos, como la venta del Espanyol a una empresa china en 2016. Son decisiones que cambian un largo siglo de esfuerzos y anhelos, y que acaban minando la ilusión de miles de correligionarios que aman el escudo. Otros clubes han tomado caminos similares. Casi todos se arrepienten. El nuestro, afortunadamente, como tantas otras veces, se libró de una cosa y de la otra. Debemos tener un ángel de la guarda.





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